Cuando el viento sopla

¿Puedes dormir tranquilo cuando los vientos soplan en tu vida?

¿Estamos preparados para las tormentas, para los desafíos de la vida?

¿Qué tan firmes son nuestras convicciones, nuestros principios y nuestros afectos?

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Un hacendado, que poseía tierras a lo largo del litoral de un país caribeño, constantemente necesitaba empleados.

La mayoría de las personas estaban poco dispuestas a trabajar en campos a lo largo del Atlántico. Temían las horribles tempestades que barrían aquella región y que hacían estragos en las construcciones y las plantaciones.

Buscando nuevos empleados, no encontraba a nadie que quisiera aceptar.

Finalmente, un hombre bajo y delgado, y de mediana edad, se aproximó al hacendado.

—¿Usted es un buen labrador? —le preguntó el hacendado.
—Bueno, yo puedo dormir cuando el viento sopla... —le respondió el pequeño hombre.

Aunque bastante confuso con la respuesta el hacendado, desesperado por ayuda, lo empleó.
Este pequeño hombre trabajó bien en todo el campo, manteniéndose ocupado desde el amanecer hasta el anochecer. El hacendado estaba satisfecho con el trabajo del hombre.
Pero entonces, una noche el viento sopló ruidosamente. El hacendado saltó de la cama, agarró una lámpara y corrió hasta el alojamiento del empleado. Sacudió al pequeño hombre y le gritó:

—¡Levántate! ¡Una tempestad está llegando! ¡Amarra las cosas antes que sean arrastradas!
El hombre se dio vuelta en la cama y le dijo firmemente:

—No, señor. Ya se lo dije: yo puedo dormir cuando el viento sopla.

Enfurecido por la respuesta, el hacendado estuvo tentado a despedirlo inmediatamente. En vez de eso, se apresuró a salir y preparar el terreno para la tempestad. Del empleado se ocuparía después. Pero, para su asombro, encontró que todas las pacas de heno habían sido cubiertas con lonas firmemente atadas al suelo. Las vacas estaban bien protegidas en el granero, los pollos en el gallinero, y todas las puertas muy bien trabadas. Las ventanas bien cerradas y aseguradas. Todo estaba amarrado. Nada podría ser arrastrado. El hacendado entonces entendió lo que su empleado le había querido decir. Y retornó a su cama para también dormir cuando el viento soplaba.

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