Hablar de Oscar Wilde (1854-1900) implica, sobre todo después de conocer aspectos importantes de su vida y sus teorías estéticas, cierta sensación de amorosa pena y un indefinible sentimiento de devoción. A pesar de la ironía que envuelven, esto está previsto en los versos que reza la lápida de su tumba, en el cementerio Pere Lachaise, en París: “Y lágrimas ajenas colmarán por él / la amplia urna de la piedad,/ pues sus plañideras serán los proscritos, / y los proscritos siempre lloran”.
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