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Nos hemos acostumbrado a los reclamos publicitarios grandilocuentes en los libros, y por eso no me extrañó encontrar en la cubierta una cita de un tal John Gaant que decía “El rebaño ciego es, por todo tipo de razones, la mejor novela de Ciencia-Ficción jamás escrita”. Lo que sí que me resultó extraño es que, al terminar de leerlo, no pude dejar de pensar que su buena parte de razón llevaba al decir semejante cosa.
Superlativos como “la mejor” son siempre excesivos, pero qué duda cabe de que esta novela tiene unos cuantos elementos que la convierten en una obra maestra: una prosa fluida que te engancha desde el primer momento, una estructura osada pero que funciona a la perfección a la hora de retratar este nuevo mundo imaginado por Brunner, un trasfondo que nos toca a todos y que difícilmente puede dejar indiferente, un elenco de personajes variados pero que comparten su solidez y profundidad... y seguramente más cosas que me dejaré en el tintero. Y, sin embargo, creo que lo que hace especial a esta novela no son todos estos elementos “técnicos” que ponen de relive al gran narrador que es John Brunner. Creo que lo que realmente marca la diferencia es la esencia.
¿Qué es la ciencia ficción? Para mí es un ejercicio de abstracción que, respetando las bases lógicas del universo, nos permite plantear escenarios que no han ocurrido y que puede que nunca ocurran. Las probabilidades, en este marco, son secundarias frente al interés de las hipótesis. De este modo, que el modelo concreto planteado por Brunner termine por instaurarse en nuestro mundo es secundario: lo realmente interesante es explorar esa posibilidad planteada y, a través de ella, vernos a nosotros mismos.
El rebaño ciego nos plantea un mundo cuasi post apocalíptico, pero en el que no ha sobrevenido ninguna catastrofe mayor. Es simplemente el resultado de nuestro progreso, de nuestra interacción con el entorno inmediato. Es un mundo plausible, fácil de entender por cualquier lector; el libro no un complicado ensayo, sino una narración cercana sobre personajes cotidianos a los que no es difícil imaginar como a nuestros propios vecinos. Eso sí, con una máscara antigás sobre la ropa. Significativo dentro de este contexto es el título. No es El mundo agonizante, ni El fin de los tiempos. Es El rebaño ciego.