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Hace tiempo he estado buscando emociones fuertes. La llegada de Iguana park a la ciudad fue para mí la oportunidad esperada para variar un poco, recibiendo emociones de otro tipo, muy diferentes a las que siento cuando voy al cine.
Desde que entré, fuí directo a la clásica estrella, con la intención de volver a sentir el agradable susto que sentí la primera vez que subí a uno de esos aparatos durante mi infancia.
Cuando el enorme círculo empezó a girar me dí cuenta de que me iva a decepcionar. Mi corazón no estaba sintiendo nada, el susto nisiquiera se asomó por ahí. Aquello me pareció tan rutinario y aburrido como pasear en bicicleta. No pude evitar arrepentirme de haber pagado aquella entrada, pero quise probar algo más antes de dejarme consumir por la decepción.
Las siguiente dos máquinas fueron totalmente diferentes. Lograron enloquecer mi sentido de la gravedad. Una de ellas era un platillo que giraba mientras se deslizaba sobre unos rieles de un extremo a otro. Su velocidad hacía pensar que se saldría al llegar a uno de los extremos y volaría hasta cruzar media ciudad, ¡mi madre que susto!
La tercera máquina tampoco fué fácil, yo sabía en el lío en el que me estaba metiendo durante la media hora y pico que duré haciendo la fila; pero quise hacerlo de todos modos. Cuando aquel trensito empezó a subir de arriba a abajo en aquel altísimo circulo, el corazón pidió cacao. Entonces aumentaron la velocidad y antes de poder recuperar la noción de la realidad, nos suspendieron de cabeza durante unos 10 o 15 segundos, ¡güai bájenme de aquí!
Uff, valió la pena lo que pagué en la entrada; pero aquella esperiencia me hace pensar y reflexionar, aquello fué un simple parque temático, ¿que será de mi si logro realizar algun deporte extremo?