Vida y obras de Satanás, 3ra parte.

Iblis o Belial, el rey del mal siempre ha tenido nombre.


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El ser humano se pregunta por el origen de la desgracia.
La tercera forma de solucionar el problema es dejarlo sin resolver. “Se busca refugio en la mística oscuridad y se habla del insondable misterio del mal”, dice Haag. De eso ya hay antecedentes, como la Santísima Trinidad, el misterio de misterios que tanto preocupó a San Agustín por el evidente politeísmo que implica. Digamos que la teología moderna, incapaz de dar una respuesta coherente al problema, ha aparcado a Satán en un rincón oscuro.

Explicar la presencia del mal en el mundo es una meta tan antigua como la propia humanidad. Enfermedades, desgracias personales o catástrofes naturales siempre han sido causadas por espíritus que podríamos catalogar de crueles y malvados, pero ninguno ha sido elevado a la categoría de encarnación del mal puro. Las religiones griega y romana no conocían al Diablo, entre los 400 dioses celtas no había sitio para el maligno, lo mismo que en las religiones africanas no influidas por los misioneros o en los indios de América del Norte. Ni siquiera en el sintoísmo, el budismo o el taoísmo.

En el judaísmo la situación es peculiar. En los libros sagrados hebreos Satán nunca aparece como líder de un Imperio del Mal que ha declarado la guerra a Dios y a la humanidad. De hecho, aparece mencionado pocas veces. En todo el Antiguo Testamento –heredero de las Sagradas Escrituras judías– la palabra Satán aparece 18 veces frente a las 35 del Nuevo Testamento, que además es mucho más breve en extensión. Se le menciona por primera vez en una visión de Zacarías, pero en un sentido totalmente profano, ya que Satán, en hebreo, significa adversario. Este término se repite en diferentes lugares con la acepción de “enemigo humano”, como cuando Salomón declaró que podía construir el templo que llevaría su nombre, ya que había paz en sus fronteras y no tenía ningún “Satán” en perspectiva. También se le da a quien se opone a la voluntad y el poder de Dios; así llamó Jesús a Pedro porque quiso impedir su pasión. Aún más, entre la corte de servidores angelicales de Dios existe la figura del Satán, que en los juicios divinos hace de fiscal y se coloca a la derecha del acusado.

No se trata, por tanto, de un nombre propio, sino de un título. Su función se vislumbra claramente en el Libro de Job, donde se le cita, no como el opuesto a Yahvé, sino como un servidor obediente. Es quien se dedica a atormentar al paciente Job por orden expresa de Dios, pues entre sus tareas está detectar las malas acciones de los hombres e informar de ellas. Eso sí, se alegra por el mal ajeno.

En el Antiguo Testamento, Satán es un segundón .

En definitiva, el futuro enemigo público número uno de Yahvé era en realidad un simple vasallo, el instrumento del que se sirvió Dios para someter a un hombre, Job, a las más incomprensibles y terribles pruebas contadas en la Biblia. Y el pobre sabía que era Yahvé el autor de sus sufrimientos. Para el autor del Libro de Job, Satán es un mero figurante. No sólo eso. En el Antiguo Testamento es el hombre quien peca por propia decisión y, para sorpresa de los católicos, no es el Diablo quien incita al pecado, sino el propio Yahvé: induce a David a realizar un censo y así cometer una falta gravísima, endurece el corazón del faraón para que no deje salir a los israelitas de Egipto, envía un mal espíritu al corazón de Saúl, primer rey de Israel, para que intente matar a David, su sucesor... Si hay algún sitio donde Satán es un anodino comparsa ese es el Antiguo Testamento.

Pero a partir de 300 a. C., con la irrupción del helenismo, los demonios cobraron importancia. Por aquel entonces todo el mundo quería conocer su origen y empezaron a aparecer numerosas fábulas que giraban en torno al pecado y la caída de los ángeles. Existía la imperiosa necesidad de descargar a Dios de toda responsabilidad por las acciones malas de los hombres. Pero fue la comunidad esenia de Qumrán la que mostró de manera más acusada el dualismo entre el bien y el mal. Identificaron a Belial como exponente del mal. Es Belial quien corrompe a la humanidad en un ejemplo de dualismo ético rampante que queda reflejado en todo su esplendor en la regla de la comunidad: Belial trata de seducir a los hombres, y Dios y su ángel Miguel les ayudan a no sucumbir.

En el libro extracanónico Vida de Adán y Eva encontramos el intento más popular para explicar la caída de un príncipe de los ángeles. Datado hacia el siglo I a. C., cuenta lo sucedido tras la expulsión del Paraíso. Satán le hace saber a Adán que él ha sido el culpable y promotor de esa caída. Hecho a imagen y semejanza de Dios, Adán iba a ser más glorioso que los propios ángeles. Por este motivo, Dios les pidió que lo veneraran. Miguel y los suyos obedecieron, pero Satán y sus partidarios se negaron y fueron expulsados del cielo. Como el Maligno, lleno de envidia y rabia, no podía vivir viendo feliz a Adán en el Paraíso, le indujo a desobedecer a Dios, a engañar a la mujer y compartir así su destino. Como podemos imaginar, esta leyenda permitió a la teología cristiana establecer una conexión entre el diablo y el pecado original. De igual modo, esta fábula la recoge el Corán para explicar el origen de su gran demonio, Iblis.
Fuente: Muy interesante.



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