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Lo fueron a buscar para aplicarle la más cruel condena de la época. El lo sabía, y aun así se entregó con amabilidad, ante los ojos preocupados de sus fieles seguidores.
Desde ese momento, desataron contra él una tormenta de abusos que consistían en severos golpes, inmeresidos insultos y una humillación constante que ni el más sarnoso perro había sufrido antes.
Poco tiempo después, estando dévil y moribundo, fué martillado en la pesada cruz que tuvo que cargar a lo largo de un difícil camino. Allí continuó sufriendo durante largas horas, horando a nuestro señor Dios, pidiendo por todos nosotros, y por el perdón de aquellos que lo hicieron sufrir tanto.
Todo esto estaba escrito en el libro de su vida. El sabiendo esto enfrentó conforme su destíno; pero más que eso, estoy plenamente seguro que lo hizo por amor a nosotros. Por eso debemos arrodillarnos, hacer honor, agradecer y enaltecer, el sacrificio del nazareno.
Junior Cid.
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