Vida y obras de Satanás, 1ra parte.


Lucifer, Satanás, el Príncipe de las Tinieblas... La maldad suprema se ha encarnado en bestias y seres diabólicos que han servido para explicar el origen del Mal a través de culturas y religiones. Sigue los pasos del ángel caído que desafió al mismo Dios.



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El año 1692 fue especialmente catastrófico para las colonias de Nueva Inglaterra, en la costa este de los Estados Unidos. Impuestos elevados, duro invierno, los piratas atacaban a los comerciantes y la viruela causaba grandes estragos. Para los hombres y las mujeres educados en el estrecho y rígido mundo puritano de Nueva Inglaterra, las desgracias de ese año eran debidas al Demonio. En este mundo, concretamente en un pueblecito de Massachusetts llamado Salem, el Diablo estaba haciendo de las suyas.



Todo comenzó cuando un grupo de jovencitas se reunía para escuchar las fantásticas historias de las Indias Occidentales que les contaba Tituba, la esclava del reverendo Samuel Parris. Sus relatos impresionaron a las más jóvenes del grupo: la hija del reverendo, Elisabeth, de nueve años, y su sobrina, Abigail Williams, de once. Las niñas empezaron a sufrir ataques con sollozos y convulsiones. Ambas desafiaron el mundo de los adultos con su actitud desobediente y anárquica, llegando a unos extremos inimaginables para la mente de un severo reverendo. Sus ataques histéricos sirvieron de inspiración a las chicas de más edad. Ann Putnam, Elisabeth Hubbard, Mary Walcott, Mary Warren, Elisabeth Proctor, Mercy Lewis, Susan Sheldon y Elisabeth Booth fueron “las ocho perras brujas”, como las definiría un acusado durante el juicio en el que la travesura se convirtió en brujería. Las chicas dijeron que unos espectros las atormentaban. En primer lugar, las jóvenes convirtieron en chivos expiatorios a las personas que más antipatía despertaban en la comunidad. Después, la acusación se extendió a cualquier ciudadano; ya nadie estaba a salvo. Los jueces estaban convencidos de la acción del Demonio, y utilizaron a las chicas como acusadoras: a quien ellas señalaban como brujo, le acusaban. Sorprendentemente, no se ahorcó a ningún brujo confeso, sólo se ajustició a quien lo negaba. Aquel año se procesó a 31 personas y todas fueron condenadas a muerte. De ellas, 19 fueron ahorcadas, dos murieron en prisión, una fue muerta por aplastamiento, dos mujeres lograron posponer la ejecución alegando estar embarazadas y al final consiguieron el indulto. Otra escapó de la cárcel, cinco confesaron y salvaron su vida y la pobre esclava Tituba fue encarcelada indefinidamente sin juicio. Una de las perras brujas y principal instigadora, Ann Putnam, confesó la farsa catorce años más tarde: “Todo cuanto hice fue sin querer, engañada por Satanás”. Siempre viene bien para echarle la culpa.


Fuente. Muy Interesante.


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